El último ‘clic’

Librería Primera Página

Asumimos con cierta facilidad fotografiar el presente. Algo más difícil es fotografiar el presente unido a nuestra memoria como pasado. Pero el desafío fotográfico tiene su máxima dificultad cuando pretendemos fotografiar el presente, conocer el futuro y unirlo todo a los recuerdos de la vida que hemos ido dejando atrás. En esta situación, la tecnología cede ante el ser humano, la máquina más evolucionada sobre la Tierra. Millones de años de evolución se enfrentan ante una milésima de segundo, un clic casi silencioso tiene que evocar en nuestro encuadre el registro de un sentimiento ante la llegada, al día siguiente, de ese final del mundo anunciado. El último clic unirá lo inesperado: los tres tiempos de nuestra existencia.

Los alumnos que participaron en el curso organizado por la librería Primera Página e impartido por Fidel Raso el 11 de agosto nos han dejado las fotografías que publicamos. En ese «último clic» han desarrollado diferentes enfoques, sentimientos y sensaciones, se han representado personajes, presagios, recuerdos a modo de «ausencia» y «horizonte perdido».

Ismael nos cuenta de su fotografía, «Hogar», que representa «diferentes elementos que han ido cambiando en un salón que ha visto crecer a una familia y ha reunido a multitud de amigos. Como no es posible juntar en una fotografía a todas las personas que han pasado por aquí, dejo esta instantánea para el recuerdo», nos cuenta.

Irma ha elegido por un lado el sendero de un bosque para una fotografía que se titula «camino a la utopía del día a día». La otra, «volviendo a la tierra #SalvemosLosPalomares» hace referencia al material con el que están construidos estos elementos de la arquitectura popular, adobe, tierra que vuelve a la tierra.

Juan ha recreado en su foto tres actitudes de otros tantos personajes ante el fin del mundo: «el miedoso, la hedonista y la curiosa».

Para Marta, su fotografía es la de un «presagio». Retrató a una madre y su hija en la glorieta de Marqués de Vadillo, de Madrid.

Ángela nos presenta dos imágenes, una de ellas refleja «los recuerdos que siempre te acompañan, principalmente si están lejos. Un momento y todo pasa, es la ausencia». La otra es la del «horizonte perdido».

Algunas como Ángela y Eva, nos ponen a la vista «el último atardecer» y la reflexión de «si algo mereció la pena…», junto a objetos que representan a esas personas y cosas importantes.

También hay quien, como Fernando, trata de hacer una entrevista al Ángel Exterminador, con preguntas como «nombre, edad, cómo accedió a este trabajo y quién financia el fin de la Humanidad».

En el grupo alumnos encontramos quien quiere evocar los paisajes vividos, «sentir el viento» y «ver las banderas tibetanas coloridas bailando». Ella es Henar, quien con más detalle ha descrito las fotos elegidas, de entre otras sobre las que reflexionó, para enfrentarse a ese hipotético «fin del mundo» planteado por el profesor. De la primera de sus fotos nos cuenta que se trata de unos niños jugando a la comba en Chefchaouen (Marruecos). «¿Que el mundo se acaba mañana? Qué mejor forma de pasar el tiempo que jugando, disfrutando el presente como sólo los niños saben hacerlo. No hay ni ayer ni mañana, sólo presente». La otra imagen es del paso de Khardungla en Ladakh (India), a 5.602 metros de altitud, «dicen que es la carretera más alta del mundo por la que se puede circular. Hay un templito con la representación de las religiones más numerosas (hinduismo, islam, cristianismo y budismo), como símbolo del entendimiento. ¿Qué sentido tienen las religiones y las divisiones ante tanta belleza? A pesar de que el Himalaya no es tan bucólico como parece, pues es una de las fronteras más militarizadas del mundo (India, Paquistán y China), y hay un estricto control para acceder a los distintos valles, uno se siente pequeño y feliz. A quien vive siempre allí no le queda otra que sentirse pequeño y vulnerable ante esa belleza, a la vez que agradecido por poder contemplar esos paisajes. Mi última noche, de ser consciente de que es la última, me gustaría soñar con estos paisajes, sentir el viento, ver las banderas tibetanas coloridas bailando…».

Por su parte, Jesús, que ha elegido el blanco y negro, quiere reflejar con sus dos fotos la idea de «cómo se puede llegar a ese fin (del mundo), mediante un consumismo y un reciclado irresponsables».

Miguel nos representa «el lápiz como símbolo de escritura, dibujo y pintura» y el mechero como «portador de fuego».

Victoria tituló sus fotos como «wabi-sabi» y «trampantojo». Wabi-sabi, un término japonés, describe un tipo de visión estética basada en «la belleza de la imperfección».

En el caso de Pepo, la elección fotográfica es la que hace referencia a los espacios en los que se refugia el «tiempo».

Silvia ha titulado sus fotografías «disposición», «adaptación» y «doblemente madre».

La primera representa a la naturaleza, cuya cualidad es, nos dice, «estar disponible». «Pero el ser humano se empeña en “aprovecharse” de esa disponibilidad de una manera muy poco inteligente para él. Se empeña en hacer de la vida un “mundo” y establecerlo y acotarlo con su mente limitada, y por si fuera poco, después quejarse de lo que él mismo ha creado. Esta imagen me recuerda que, a pesar de todo lo que hayamos podido entretenernos jugando a ser Dios, desde nuestra arrogancia, a pesar de todo ello, la vida y su sencillez, sigue estando a nuestra entera disposición a cada instante». De la foto que ha titulado «adaptación», explica que el milagro de la vida «nos sigue sorprendiendo». «Las cosas se pueden torcer, pero hay algo dentro de nosotros, hay una chispa divina, dentro de todo ser, que nos dota de la capacidad de resiliencia y adaptación, incluso en las situaciones más insospechadas y adversas, cuando nadie, daría “un duro” porque saliéramos adelante». Y por último, de su tercera imagen, el pie no dice que hay algo mas bonito que ver a una madre primeriza, «ver a una madre recordando cuando ella lo fue».

Stella nos ha enviado dos fotos para la «posterioridad», una que representa «el llanto de Galilea» y otra del «apocalíptico cielo africano». La hoja la retrató en Galilea, «un pueblo idílico de la Tramuntana en Palma de Mallorca, después de una maravillosa tormenta de primavera». «El cielo tan apocalíptico es de la wilaya de Auserd, en los campamentos saharauis donde tengo a mi segunda hija y familia (una niña que tuve en acogida durante unos años). Era una tarde plomiza que amenazaba lluvia. Las puestas de sol de África me fascinan y con el agua he tenido siempre una gran conexión, creo que son ambas fuente de dónde venimos».

En el curso de fotografía los alumnos se ponen la nota a si mismos. Los organizadores creemos que la nota no puede ser si no alta.

 

 

Compartir esta publicacion

Facebook
Twitter
WhatsApp

2 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

0