De Japón a Tierra de Campos con David Trueba

Trueba y su equipo, en Urueña, para la presentación de ‘Tierra de campos’.

Por Tamara Crespo/ Fotos: Fidel Raso

Pocas veces se ha utilizado el nombre de Tierra de Campos, los Campos Góticos, una comarca histórica, una región desconocida, para titular un libro. El regeneracionista Macías Picavea lo hizo, a caballo entre el siglo XIX y el XX, con su novela La Tierra de Campos, y más de un siglo después, el escritor y cineasta David Trueba lo ha elegido a pesar de las voces que, alarmadas, le advertían de que sonaba «antiguo, viejuno» y de que era «poco comercial». Este último argumento le acabó de convencer de que era el mejor título. De estas y muchas otras cosas, sobre la literatura y la vida, habló el 21 de mayo en Urueña ante un público en el que estuvieron representados sus dos «núcleos duros», los cántabros, por su madre y, de parte de padre, los tierracampinos, con 22 vecinos de Villafrades de Campos, entre ellos, algún primo, que se acercaron para verle y le regalaron una foto de su progenitor vestido de «chiborra» un personaje central de las fiestas del pueblo.

Fue en el Centro e-LEA de la Villa del Libro, lleno a rebosar, el mismo escenario en el que justo un año antes, Primera Página celebraba el Primer Fin de Semana de Japón, otro de los «protagonistas» de Tierra de campos, pues el personaje principal vive un tiempo allí y se casa con una japonesa con la que tiene dos hijos. No fue la única coincidencia de esas de realismo mágico, pues todo se conjugó de modo que de la frase de un amigo madrileño de la librería, Enrique González, al que en su primera visita se le ocurrió decir: «Te pareces a la librería de los Trueba [La buena vida], tenéis que conoceros», se pasó a que la siguiente novela de David diera el pie perfecto para traerlo a Tierra de Campos.

A Trueba le acompañaban en este singular viaje a la Villa del Libro dos actores, los protagonistas de su primera película como director La buena vida, también debutantes en ella y de la que se cumplen 20 años. Lucía Jiménez cantó a la guitarra Miedo, un tema compuesto por Jorge Marazu, y la primera canción que escribió David Trueba, Probablemente esto sea amor, y Fernando Ramallo leyó las primeras líneas de Tierra de campos: «Todos conocemos el final (…)». Fue un gran comienzo para una charla en la que, como en la novela, afloraron risas y hubo momentos de emoción y de una profundidad o trascendencia tratada como a él contó que le gusta escribir «desde la honestidad del recuerdo, de un modo cercano, cotidiano», tratando de acercar «lo sagrado a lo profano, a lo orgánico» y de que «nada sea intocable, que todo sea entendible». Paisaje y paisanaje se retratan de esa forma en la novela, al igual que la amistad, el sexo, el amor, la familia…, sin filtros, de forma muy directa y a la vez, tamizada por el humor. «Cuando la escribía, pensaba: a ver si no voy a poder volver al pueblo», bromeó, ante un auditorio proveniente en buena parte de esos lugares en los que se inspira su «Garrafales de Campos».

Cuestiones como la identidad, el conflicto y el engarce entre dos generaciones con valores tan distintos como los de un hombre nacido en el campo y un hijo músico en un mundo totalmente distinto, se tratan en Tierra de campos como un viaje, en el cual el protagonista «se da cuenta de que a lo que él se ha dedicado y lo que tiene dentro es exactamente lo mismo a lo que se dedican quienes tienen un campo de cereal, lo labran, esperan una buena cosecha, vivir de ella durante el invierno». «Se da cuenta de que de una manera totalmente alejada de los intereses o de la forma de vivir de su padre, vive igual».

La comarca se convierte así en más que un lugar, pero también es importante como localización literaria, la elección del título contribuye a dar a conocer una zona de España de la que en otras regiones, y para sorpresa de Trueba -«algo que siempre nos pasa con el sitio del que somos, que pensamos que todo el mundo lo conoce»- se sabe muy poco o nada. En un momento del libro se expresa la idea de que si en España hubiera una industria del cine «como tienen los americanos», este paisaje «se conocería en el mundo entero». La minúscula que sustituye a la norma en los topónimos compuestos está además puesta adrede, pues se refiere a un territorio, pero también a un concepto «económico», relativo a ese cambio que se ha dado entre la economía de familias que tenían un pedazo de tierra y vivían de ella, «algo que tendría que ser el orden natural», al mundo de los «latifundios, de los grandes propietarios» que, en todos los ámbitos, acaparan la riqueza. «Por desgracia, vamos hacia atrás, y eso es muy preocupante, sobre todo para los jóvenes, porque la perspectiva que se les lanza es que van a tener que ser empleados precarios de grandes fortunas».

Además de por el título de la novela, el público le preguntó acerca de su trabajo como articulista, del que dijo que lo hace con «un gran amor hacia la práctica periodística» y, hasta momento, «con libertad», porque si no, «no lo haría», y que le dio pie a contar cómo se hizo escritor, contador de historias, algo que atribuye al gesto de su madre, que en un arrebato de sobreprotección del hijo pequeño (es el menor de ocho hermanos) le sacó del colegio porque se echó a llorar el primer día, lo que le permitió vivir en casa «tres años maravillosos». Así, de niño, escuchaba en la radio a periodistas con la «precisión» del lenguaje de Vázquez Montalbán o leía las críticas taurinas de Joaquín Vidal en El País, que luego supo que dictaba por teléfono al salir de la plaza, y que escribía «formidablemente y además era muy divertido, daba unos palos brutales». También escuchaba, acompañando a su madre a la compra, «a los tenderos, que en general son gente que cuenta muy bien, y muy extrovertidos». Unos años después, cuando vivía en Los Ángeles, vio escribir en su casa a Maruja Torres, «a tal velocidad y con ese humor…», que se dijo, «yo quiero hacer eso». Escuchando la radio se convirtió de hecho de niño en el «reportero» de la familia: «Entonces no había Facebook ni Twitter, y cuando mis hermanos volvían de clase y nos sentábamos a comer yo decía: «Ha dimitido el presidente de Yugoslavia; el mariscal Tito ha enfermado, está muy mal… Claro, ¡yo era Twitter! y además del tamaño de un twitt, me decían, anda quita, calla ya, niño».

También le preguntaron por el lugar de origen de su madre, Entrambasaguas, por la relación entre la literatura y el cine -vinculación que en su caso se dio a partir de la escritura de guiones- e intervino un alcalde, el de Villalán de Campos [Ignacio Sánchez], que reveló la existencia de otra novela titulada Tierra de Campos, escrita por un cura natural de la localidad (Eugenio Merino, 1881-1953). Sánchez invitó a Trueba a ser pregonero de su pueblo, algo que como el protagonista de la novela, Dani Mosca, rechazó: «Yo soy muy impertinente, iría a Villalán y diría, este pueblo que todos conocéis, Villalón». «No, no -insistió-, no me gustan, yo soy muy poco de honores, creo que te abotargan, en cuanto a alguien le premian, le dan como un martillazo en la cabeza, como diciendo, a partir de ahora pórtate bien, que tienes un premio. Y yo me lo creería, empezaría a pensar que soy una persona importante y te diría, bueno, lo hago, pero me tienes que recoger en un Mercedes…, y al tercero ya me habría convertido en un imbécil. Yo lo que voy un día es a la fiesta, y se come un chorizo ahí con vosotros, pero sin pregones ni nada». «Como mucho», concluyó, aceptará «leer el poema ese» que le corresponde al «chiborra» de Villafrades de Campos, «más que nada» para «poder emular» a su padre, Máximo Rodríguez (el apellido perdió en el colegio en favor del Trueba de la madre porque «había ocho Rodríguez»). «Y ya veremos si consiguen convencerme, que yo salgo de aquí e igual ya no les cojo el teléfono en seis o siete años». Tono Trueba, tono Tierra de campos.

Un misterioso (como todos) rodaje, en el que participó también la actriz Carolina África, ocupó la jornada de David Trueba y su equipo en Tierra de Campos. Momento estelar también en Primera Página.

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